Discurso de toma de posesión del Mtro. David Fernández Dávalos, S. J., como Rector de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México

30 de junio de 2014

 

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Apreciados integrantes de Universidad Iberoamericana, Asociación Civil;
Distinguidos miembros del Senado Universitario;
Respetados miembros de FICSAC, nuestro patronato económico y de desarrollo;
Querido P. Provincial, Francisco Magaña Aviña, S. J.;
Queridos colegas rectores del Sistema Universitario Jesuita y de otras instituciones de educación superior que nos honran con su visita;
Respetados integrantes de la Conferencia del Episcopado Mexicano; y diversas autoridades gubernamentales que nos honran con su presencia;
Estimados miembros y amigos de la comunidad educativa de esta querida universidad;
Amigas y amigos todos:


Con mucho agradecimiento y con entusiasmo asumo la responsabilidad que se deposita ahora en mí como nuevo rector de esta casa de estudios. Soy consciente de la importancia de esta determinación y del compromiso que encierra. Mi fuerza y sostén está en el Señor de la historia, presente en la realidad que nos ha tocado en suerte y en cada uno y cada una de ustedes.

Quiero expresar, en primer lugar, mi gratitud a la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús que ha puesto su confianza en mí y me propuso como candidato para afrontar este estimulante desafío. También a las autoridades de nuestra Universidad, por la designación de mi persona para este cargo. A toda la comunidad universitaria porque me ha recibido como a un hermano: con generosidad y confianza.

La Iberoamericana Ciudad de México, como institución de educación superior de la Compañía de Jesús, asume el proyecto educativo ignaciano, expresado en América Latina en el Proyecto Educativo Común. Según su Filosofía y su Misión, esta universidad quiere contribuir, en un ambiente de participación, apertura, libertad, respeto y crítica propositiva, al desarrollo y difusión del conocimiento, y a la formación de profesionales e investigadores con calidad humana y académica, que se comprometan al servicio de los demás para el logro de una sociedad más justa y humanamente solidaria. Esto es así porque, en palabras del que fuera nuestro Padre General, el objetivo último de toda educación jesuita es el crecimiento global de la persona, que lleva a la acción inspirada por el Espíritu, por la presencia de Jesucristo, el hijo de Dios, el "Hombre para los demás". Este objetivo orientado a la acción -continúa el Padre Kolvenbach- está basado en una comprensión reflexiva, vivificada por la contemplación, e insta a los alumnos al dominio de sí y a la iniciativa, integridad y exactitud. Dicho de otro modo, la pretensión de nuestra labor educativa es, pues, formar líderes en el servicio, hombres y mujeres competentes, conscientes y comprometidos en la compasión, al servicio de los demás, para la edificación de un mundo generoso, alegre, libre, sustentable y equitativo.

En esta oportunidad en que me dirijo por primera vez a la comunidad de la Iberoamericana, no puedo dejar de exponer, aunque sea en trazo grueso, algunas de las ideas básicas que constituyen el andamiaje de mis sueños acerca de lo que ha de ser una universidad jesuita en nuestro país, en este turbulento momento de la historia, y con las que afronto el reto educativo que se me ha encomendado.

Toda educación universitaria es, en primer lugar, trasmisión de saberes. Esto es obvio. La conservación de los saberes de una sociedad es la esencia misma de la educación. Sin embargo, la universidad no puede constituirse sin más en custodia de lo viejo y endosar aquello novedoso que puede descubrir a los mecanismos automáticos del sistema. Al entregar en la universidad a las generaciones futuras el mundo tal cual pensamos que es, les hemos de entregar también sus múltiples posibilidades: abarcar, aunque sea por contraste, su reverso y sus alternativas. Los grandes educadores de la historia, como Sócrates o Platón, Erasmo, Tomás Moro, Rousseau o Marx, nunca se limitaron a confirmar lo establecido ni pretendieron aniquilarlo sin antes comprenderlo o ligarse a ello: su genio consistió precisamente en fomentar la insatisfacción creadora desde una responsabilidad fundamental frente a lo dado.

Savater lo dice bien: hacerse responsable del mundo no es aprobarlo tal como es, sino asumirlo conscientemente porque es y porque sólo a partir de lo que es puede ser enmendado. Para que haya futuro, alguien debe aceptar la tarea de reconocer el pasado como propio y ofrecerlo a quienes vienen tras de nosotros. Esa, y no otra, es la tarea universitaria.

Pero, además, toda sociedad, para ser tal, necesita contar con un lugar libre en donde discípulos y maestros se reúnan a compartir su saber, a discutir y a vivir, ameno y vital. Un lugar para forjar intelectuales, hombres y mujeres que piensen, hablen y trabajen en diálogo con otros hombres y mujeres que piensen, hablen y trabajen en la búsqueda y la construcción de la verdad. Bien mirado, una universidad no es otra cosa que un diálogo organizado entre diversas perspectivas. Edificar un lugar así toma tiempo, mucho tiempo, mucho más de los setenta años que tiene de vida esta Universidad. Continuar construyéndolo desde la Ibero Ciudad de México es una tarea a la que nos convoca nuestra responsabilidad frente al país.

Pero, así de necesario como es, este lugar que pretendemos no se justifica en sí mismo, sino por el papel y por la tarea que puede desempeñar en la sociedad. No se trata, por cierto, de hacer del pensamiento y de la ciencia humanos objetos meramente utilitarios, pero sí tener conciencia de la hipoteca social que pesa sobre ellos.

La universidad es una construcción social. Su responsabilidad no es con ella misma, sino con quienes le dieron vida y sentido, con quienes la sostienen y creen en ella, con el entorno histórico que la configura y con quienes padecen la realidad. Es desde este punto de arranque que tenemos que pensar nuestra labor como universitarios. Como dice Rabelais, ciencia sin conciencia es la ruina del alma. Muchas veces, por ejemplo, por quedarnos con lo establecido de antemano en las metrópolis, se nos escapa la vida del México de hoy, de la América Latina pobre en la que seguimos viviendo, con sus explicaciones y generalizaciones.

Muchas de las palabras novedosas y certeras sobre la realidad del mundo están partiendo hoy de la vida de los pueblos latinoamericanos, de las organizaciones de base y de los movimientos sociales globales del mundo; y hoy menos que nunca el pensamiento renovado está surgiendo de las universidades e instituciones académicas, de los círculos de poder o de las metrópolis. Rafael Argullol, en un reciente artículo en El País, habla de que la universidad se ha replegado sobre sí misma. “Es llamativo, a este respecto –dice él- la escasa aportación universitaria a los conflictos civiles actuales, incluidas las crisis sociales o las guerras”. Por el contrario, son los movimientos de los excluidos, los integrados por el 99 % de la población, las organizaciones cívicas, las ONG, las instancias intermedias de la sociedad, las culturas indígenas, quienes vienen aportando las ideas motrices de un pensamiento nuevo que nos puede salvar del colonialismo y de la perpetuación del atraso. Como nos lo recordó el reciente fallecimiento de Gabriel García Márquez y la entrega del premio Cervantes a Elena Poniatowska, el nuestro sigue siendo uno de los continentes en donde más y mejor se piensa. En Centroamérica, en el Cono Sur, en Haití y en México está la inteligencia del mundo. Aquí se ha hecho vida el concepto de la liberación, el del pluralismo y la tolerancia política y social, el de la difícil transición, el de la democracia, el de las tecnologías aplicadas y el desarrollo sustentable, el de la descentralización del poder, el de la no intervención y la paz. Si miráramos hacia el sur geográfico y político, nuestras universidades tendrían mucho más qué decir que los teóricos del "fin de la historia", que los funcionarios del Banco Mundial, los tecnócratas o que los filósofos neoutilitarios. Por lo menos tendríamos algo mucho más pertinente y más noble que proponer.

De esta manera, el punto de partida para la investigación y la docencia con el que los jesuitas hemos querido soñar no es otro que el de la realidad misma, nuestra concreta realidad periférica y subdesarrollada. Más profundamente, la perspectiva en la cual la realidad se manifiesta con mayor hondura, con mayor radicalidad, honestidad y transparencia: el punto de vista de los excluidos. Ellos y ellas, los pobres y los excluidos, son las víctimas concretas de la realidad real. La verdad de la realidad se encuentra en ellos. Desvelarla, aprehenderla, transformarla es el reto mayor que quiero proponer para nuestra Universidad. ésta, por cierto, no es una postura política, sino epistemológica. En ella -decía el padre Ellacuría- se juega la justeza y la razón del saber universitario.

Digámoslo ahora de otro modo: ninguna educación es neutral. La educación universitaria, en particular, favorece un tipo de ser humano frente a otro, un modelo de ciudadanía, de maduración psicológica y hasta de salud, que no es el único posible pero que se considera preferible a los demás. Ninguna educación puede ser neutral, mucho menos imparcial. Como decía el propio Ignacio Ellacuría: la universidad aspira a ser objetiva, pero no imparcial, porque para ser objetiva tiene que tomar partido. La cuestión educativa no trata de cómo permanecer neutrales frente a los distintos partidos o caminos, sino acerca de qué partido hemos de tomar para alcanzar esa verdad que nos libera.

Al respecto, existen hoy ideales educativos que parecen francamente indeseables, por ejemplo: el servicio a los propios apetitos personales, a la acumulación de bienes, a la religión del éxito; el servicio a una divinidad autoritaria y patriarcal que compite con la historia humana y aniquila el libre albedrío de que fuimos dotados; la adopción de un método sociopolítico único que pretenda responder a todos los interrogantes humanos; la postulación de que toda verdad es relativa, salvo aquella verdad pragmática de que lo que es útil es bueno.

Para nosotros no tiene sentido producir “profesionales exitosos en sociedades fracasadas”, como decía nuestro viejo amigo Xabier Gorostiaga. Pretendemos ser no únicamente una universidad profesionalizante que se mueve en el feroz mercado de los títulos y de las certificaciones. No queremos dedicarnos a la reproducción de lo existente, ni alejar los intereses del alumno de lo público, o convertir el título y la profesión en una inversión que hay que recuperar como se recuperan las inversiones mercantiles.

Lo que la Universidad Iberoamericana y la Compañía de Jesús han querido y quieren aún es, en cambio, formar individuos autónomos, capaces de participar en comunidades que sepan transformarse sin renegar de sí mismas, que se abran y se ensanchen sin perecer; que se ocupen del desvalimiento común de los humanos y atiendan a la diversidad de marginalidades que nos separan de la fraternidad común. Gente, en fin, convencida de que el principal bien que hemos de producir y aumentar es la humanidad compartida, la filiación sin distingos, según la voluntad del Padre. Nietzsche lo decía de otra manera: “de nada sirve un libro que no te lleva más allá de los libros”. Y así es, en efecto.

Una reflexión más: durante mucho tiempo, la enseñanza ha servido para discriminar a unos grupos humanos frente a otros: a los ignorantes frente a los instruidos, a las mujeres frente a los hombres, a los trabajadores frente a los patrones. Si una universidad no intenta corregir universitariamente los efectos de las escandalosas diferencias sociales, económicas o de género, su esfuerzo educativo se traicionará a sí mismo y se convertirá en una perpetuación de la fatal jerarquía social y fracasará, por tanto, en la búsqueda del "bien más universal" -al que llama el padre Ignacio-, y en el servicio de la fe y la promoción de la justicia –a los que invita la Compañía.

Cito de nuevo a Fernando Savater: “El objetivo final de la educación -dice él- es desarrollar la disposición a reconocer y respetar la semejanza esencial de los humanos más allá de nuestras diferencias de sexos, etnias o determinaciones naturales (…) a comprender que compartimos algo más profundo que lo que nos hace diversos. Para ello, el aula escolar debe parecerse lo más posible a la sociedad en la que debemos convivir juntos los diferentes sexos, etnias, creencias tradicionales, capacidades psíquicas o físicas, etc. Puesto que vamos juntos a ser ciudadanos, debemos formarnos y prepararnos juntos para ese destino común”. La educación es, pues, una necesidad social y democrática, no un proyecto meramente familiar. Por eso toda educación es pública. También la nuestra.

Martha Nussbaum, doctora honoris causa por nuestra casa de estudios, defiende centralmente una educación basada en el humanismo y orientada a la formación cívica y no sólo a la adquisición de destrezas laborales. Precisamente el objetivo que siempre se ha propuesto la Compañía de Jesús en sus instituciones educativas. Pero, dice ella, la presión por lograr el crecimiento económico ha llevado a muchos líderes a reformular la totalidad de la educación universitaria en términos orientados hacia el crecimiento, indagando acerca de cuál es la contribución que hacen a la economía cada una de las disciplinas y cada uno de los investigadores. Hoy se forma para conseguir un buen empleo. Y el concepto de que las personas deben aprender cosas que las preparen para ejercer su ciudadanía de manera activa y reflexiva, para hacer de este mundo un mundo más solidario y común, es una idea que pocas veces aparece hoy en el camino.

La rentabilidad económica del aprendizaje y la formación laboral que trasmite no son desdeñables, sin duda. Pero educar no es sólo preparar empleados, sino ante todo ciudadanos, personas plena y conscientemente humanas. Educar es “cultivar la humanidad” y no sólo preparar para triunfar en el mercado laboral. ésa es la verdadera rentabilidad democrática de la formación educativa.

Hoy existe el peligro de que el mercado organice y determine a nuestra Universidad. El mercado tiene una enorme fuerza. Pero dejarnos arrastrar por ese mecanismo ciego de la maximización de la ganancia hará que traicionemos las razones por las cuales existimos. El mercado no brilla por su conciencia social ni por el establecimiento de regulaciones necesarias para proteger a las personas contra posibles abusos. No es el mercado, entonces, la razón por la que creamos ofertas diversas de estudio, o por la que investigamos o nos vinculamos con otros actores, entre ellos la empresa. Lo tomamos en cuenta, sí, pero lo que realmente nos anima para ello es identificar el camino que conduzca al desarrollo equitativo, al reparto de los bienes, a la generación de actitudes abiertas a las necesidades de los más pobres y a la justicia. No, pues, para reproducir esa “economía que mata”, como dice el Papa Francisco, sino para hacerle un lugar a la esperanza.

Para la Compañía de Jesús no basta esperar que todo irá bien si maestros y funcionarios universitarios nos portamos con sensatez y buen equilibrio, y si formamos hombres y mujeres jóvenes bien equilibrados, libres de desórdenes emotivos obvios. ¿Serían capaces los jóvenes bien equilibrados de dar su vida por los amigos? ¿Dejaríamos nosotros las noventa y nueve ovejas para ir en busca de la que está perdida? ¿Comerían y beberían estos jóvenes bien equilibrados con prostitutas y pecadores? Me temo que habría demasiada sensatez para ello.

Tanto en lo personal como en lo institucional el gran enemigo de la claridad es la insinceridad. Como decía Orwell: para tener una voz clara y vigorosa hay que pensar sin miedo, sin ataduras, y si se piensa sin miedo no se puede ser políticamente ortodoxo.

El reto está, pues, en liberar y ofrecer cauces para el caudal de generosidad que cargan consigo los jóvenes que acuden a nosotros; en ser nosotros mismos hombres y mujeres apasionados por la verdad, la justicia y la libertad; en alimentar la capacidad de compasión y solidaridad humanas; en formar hombres y mujeres apasionados por los demás, que, como dice San Agustín, amen profunda, verazmente, y hagan lo que quieran.

Lo he dicho ya varias veces en mis conversaciones informales con ustedes: entiendo que el servicio que se me pide como rector es ayudar a toda la comunidad universitaria a cumplir con la Misión, la Visión y el Ideario de la Iberoamericana y del Sistema Universitario Jesuita. Esto significa alentar a quienes participamos de estos ideales -maestros,  estudiantes, administrativos y personal de servicios de apoyo-, a vivir nuestra particular filosofía educativa con calidad académica y con pertinencia social; realizar de esta manera nuestra vocación humanista y concretar así nuestra inspiración cristiana.

Desde mi acompañamiento a esta comunidad universitaria como Asistente de Educación de la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús, y en estos días recientes que he pasado con ustedes, he constatado que llego en un momento muy positivo para la Ibero Ciudad de México. Hay solidez académica, educativa y financiera. Constato que el rumbo seguido es fundamentalmente correcto. Que aunque resta aún camino por andar, mucho se ha avanzado ya. Que los esfuerzos por elevar nuestra calidad académica, según estándares internacionales desarrollados durante este rectorado, eran necesarios y acertados. Que por esto mismo han de ser continuados y ampliados en el futuro.

Me propongo, entonces, como rector de esta casa de estudios realizar un esfuerzo particular de atención a las siguientes líneas motrices:

  • La continua elevación del nivel académico de toda la universidad, con procesos de mejoramiento continuo de su calidad, la acreditación internacional y la pertinencia social de nuestras funciones sustantivas;

  • el respeto a la actual planeación estratégica al 2020, pero también el diseño de nuestro futuro como universidad al 2030, mediante un ejercicio de conversación estratégica del conjunto de la comunidad universitaria;

  • la revisión y clarificación de la estructura organizativa, financiera y fiscal que permitan la equidad, la justicia y la correcta administración del personal, la racionalidad y la productividad de la universidad;

  • la ampliación del peso cualitativo y cuantitativo del posgrado dentro de la Universidad, y el fortalecimiento de la investigación como un aspecto central del quehacer universitario que, además, oriente la incidencia social de la institución;

  • la construcción de un clima organizacional basado en el respeto, la transparencia, la cooperación, el trabajo en equipo, el profesionalismo y la ética de la responsabilidad. A este efecto, en las próximas semanas crearemos para nuestra institución, la Procuraduría de Derechos Universitarios, cuyo primer titular será el Dr. José Luis Caballero;

  • la consolidación del compromiso social de la universidad mediante la articulación de sus esfuerzos con actores gubernamentales, sociales, empresariales y ciudadanos, siempre desde el servicio de la fe y la promoción de la justicia;

  • el favorecimiento de la internacionalización de la Iberoamericana, y finalmente,

  • la colaboración entusiasta de la Ibero Ciudad de México en la construcción del Sistema Universitario Jesuita en México.

Todo esto pretendo realizarlo en contacto cercano y permanente con mis hermanos jesuitas, con los miembros de UIAC y de nuestro patronato económico, con el Senado Universitario, con los estudiantes, los académicos y otros miembros de nuestra comunidad. La tarea es colectiva. De todos pido su ayuda y su paciencia.

El caminar de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México desde su fundación, hace poco más de setenta años, no ha sido otro que el de la aventura del saber humano en la búsqueda de la verdad en el Espíritu. Les invito a continuar con la aventura.

Esta es, pues, una convocación también a la confianza.

No puedo concluir esta primera presentación sin hacer un reconocimiento explícito a la labor realizada por el doctor José Morales Orozco, S. J. durante su gestión como rector de esta Universidad. Recibo de él una institución en pleno proceso de consolidación y mejora permanente, con grandes logros en lo académico y lo financiero. Le agradezco, en particular, su consejo y su ejemplo como buen ser humano y como jesuita.

Concluyo ya haciendo remembranza de aquel grupo fundador de la Compañía de Jesús -Fabro, Laínez, Francisco Xavier, Ignacio- cuyos miembros, como universitarios en París, soñaron un día con seguir a Jesús y servir al Evangelio. El mismo sueño que les motivó y sostuvo es el que ahora nos sostiene y alienta. Sabemos que somos sólo servidores, y nada más.

Muchas gracias.

Ciudad de México, D. F., a 30 de junio de 2014.


 

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